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tourette

muñecas de cristal

Antaño, nuestros ancestros se arrebujaban en torno a las hogueras para charlar tras el trabajo. Y si no se conocían (caso de los pastores o en la vendimia, por ejemplo), la conversación seguía siempre idéntico cauce: de hablar del tiempo, a despotricar sobre el que mandaba.

Hoy ya casi no quedan pastores ni cepas, pero los mismos temas siguen intocables. Ahora somos subempleados que comienzan hablando de televisión y terminan cagándose en su empresa, y aunque raramente pasaremos hambre, para cuando estiremos la pata habremos tenido más oficios que Lázaro de Tormes.

Resulta especialmente curioso en el sector tecnológico, donde terminamos hablando de consultorías, traficantes de carne, call centers, zulos, extras, rotaciones, tickets, piratas... estamos construyendo nuestro particular idioma de miserias, como el caló que tanto horrorizaba a Víctor Hugo.


Últimamente he tenido el mismo tipo de conversación con diferentes personas. Al margen de que todos, con independencia de nuestra filiación política (filiación: palabra que significa que cada uno es hijo de su padre y de su madre, supongo), llegamos siempre a la misma conclusión de que ésto tiene que reventar por algún lado.

Pero a mí hoy me ha dado por la vena nostálgica. Porque, mientras mi compañero y yo poníamos a parir y más a nuestras ínclitas ex-pagadoras (pagadoras: a veces te pagan, y otras veces juras que lo pagarán caro), yo he mencionado a la mejor de todas: la estrella, el negro del tambor en las galeras, la soviética lanzadera de monos espaciales, la criadora intensiva de pollos. Nos referimos, por supuesto, a Al Loro (no pongo el nombre, que lo mismo me denuncian), maravillosa subcontrata de telemarketing.
No voy a hablar de sueldos míseros, empleados entre la depresión y la ansiedad, gente que ya no aguantaba el trabajo sin un coñac o un par de rayas, "cuarentenas", acoso laboral, suciedad... Eso ya lo sabemos. Los que hemos pasado por allí, siempre lo recordamos con una sonrisa (al menos, todos los que he conocido): porque sabemos que no vamos a volver.

No, hoy no hablaré de eso. Porque hoy he recordado a las chicas que encontré allí. Como dudo que cualquiera de ellas lean ésto algún día, y dudo aún más que me las vuelva a cruzar jamás, me siento libre hasta cierto punto para escribir sobre algunas.


Conocí a la primera de ellas el día que terminé el cursillo, y se nos hizo saber que pronto firmaríamos el contrato. Nos sacaron de la incubadora, y nos llevaron cual polluelos con los gallos y las gallinas para que fuéramos quedándonos con la copla. Aquello duraría una hora diaria, durante media semana.

A mí me pusieron con ella. Lo primero que hicimos fue mirarnos a los ojos. Tenía unos ojos preciosos, y evadía miradas tras una sonrisa tímida. No hablo sólo de que la chica me gustara. Ella era para mí, en aquel lugar, aquella mañana, la prueba viviente de que la belleza puede existir con independencia del entorno. Como una rosa creciendo entre la mierda. En ese momento, necesitaba aquella prueba más que el aire que cabía en mis pulmones jodidos.

Tenía unas muñecas preciosas. Era la primera vez que me fijaba en las muñecas de una chica, y recuerdo cómo las veía palpitar mientras ella tecleaba con soltura en aquél teclado lleno de roña. Una de las veces, la cogí con la guardia baja y, ante mi demostración de que yo tecleaba más rápido (odio decirlo, pero soy una ametralladora), la arranqué una mirada de asombro seguida por una sonrisa, y acto seguido por una caída de ojos al pasar una jefa que nos miraba. Esos tres gestos valieron, y siguen valiendo para mí, más que todo lo que gané en aquella mierda de empresa.
Pero no teníamos el mismo turno, y al concluir aquella semana, ni siquiera volvimos a coincidir. La olvidé deprisa, en parte porque había más chicas y yo no me fijaba en sus muñecas precisamente...

Hasta que una tarde apareció allí, con ojos tristes y un justificante médico en la mano. Tenía una baja indefinida por una enfermedad de las muñecas. Síndrome del túnel metacarpiano. La enfermedad de los programadores, provocada por teclear demasiado en una mala postura. Crónica, degenerativa, dolorosa e incurable.

Todavía hoy lamento dos cosas. La primera, no haberla dicho nada cuando nos cruzamos mientras ella salía, nada más que un leve "que te mejores". La segunda cosa que lamento es no haber salido gritando al parque para liarme a pedradas hasta no dejar un solo vidrio de aquel puto antro donde se había destrozado las muñecas por un sueldo de mierda.

Vale que no es muy romántico acordarme de una chica cuando veo material de oficina, pero desde entonces, cada vez que veo una almohadilla para el teclado, me acuerdo de sus ojos, sus dedos tecleando con agilidad y su mirada tímida.

Y aunque a veces me palpe las muñecas con angustia, no puedo evitar esbozar una sonrisa cuando me acuerdo de ella.

5 comentarios

titahellen -

Mi prime tenía las manos más bellas del universo, me dí cuenta cuando me enseñó su superpop, era la primera que veía... yo quería tener sus manos, las más bellas, ágiles y estilosas que habia visto.
Hace 4 años se fue a una isla griega a hacer un master de biología- carrera que estudiaba- le dejaron a cargo de una amquina que debía manejar sin expliaciones, con tan mala suerte que se accionó sobre su mano izquierda, pues ella era zurda y le amputo parte de la mano y varios dedos... que no pudieron salvar.
Sigo pensando que tiene la más bella mano derecha del mundo.

reve -

Jo... es muy triste. Y ayuda a volverse aún más loco con la idea de que el trabajo es un puto cancer...

Bito -

No conocia esa enfermedad, tampoco estoy muy metido en el mundo de la programación, que digamos. El post te ha quedado de puta madre, me ha gustado de principio a fin.

aiyana -

Buff, yo tambien me arrepiento de haber dejado escapar algunas ocasiones de corte similar a la tuyas, pero es que en ese momento no eres consciente de que el tren se va y que ese no volvera, ese que te gustó tanto.

Gacela -

Mi jefa tiene también esa misma enfermedad (creo), pero a ella la han hecho varias operaciones y está mejor que antes... lo mismo a tu ninya de las munyecas de cristal también encontraron manera de hacerle mejorar.

Y sí, a veces hay gente capaces de aportar rayos de luz entre las nubes, rosas entre la mierda, como tú lo llamas. Si nos encontramos con unas cuantas de esas personas, es que somos afortunados... :-)