Blogia
tourette

el último trovador

Me detuve al llegar a la bocacalle, palpé otra vez el bulto de mi cazadora roja, y enfilé la travesía con aire decidido.

Él tocaba el violín para los forasteros, un adagio copiado con toda probabilidad durante los últimos cinco años en alguna feria ganadera.

Al llegar a su altura, hinqué la mano en el interior del bolsillo, saqué el fajo de billetes, y le miré a los ojos fijamente. Fue capaz de sostener mi mirada apenas unos instantes, antes de que una semicorchea distrajera su atención.
Pero mi atención resultó más difícil de vencer que la suya. Diestramente, mis dedos pellizcaron un billete del montón, lo extrajeron con soltura y yo, con una inclinación digna de la más servil reverencia y una sonrisa impertinente en los labios, dejé caer el billete doblado en dos sobre la funda del instrumento que descansaba en la acera.

Abrió los ojos como platos, y aunque alguno de los transeuntes le acompañó en el gesto, estoy convencido de que en aquel momento estaba más solo de lo que había estado en toda su vida.
Intentó sustraerse a la impresión, apartó la vista y siguió tocando, aunque un temblor apenas perceptible se embargó de su brazo izquierdo, lo cual invariablemente repercutió en un par de disonancias apenas perceptibles para un oído mal entrenado como el mío.

Tras unos instantes, volvió a clavar su mirada sorprendida en mi figura, para apartarla con un ademán enérgico mientras seguía tocando.
Sin inmutarme, arranqué otra "pluma" del montón de billetes, y la dejé con cuidado sobre la anterior ofrenda.
Alguno de los presentes retrocedió, como espantado. Otros reían por lo bajo. Él, seguía tocando, cada vez más nervioso. Y yo, sólo le miraba fijamente con una media sonrisa.

Pasaron los minutos, y una pequeña -aunque molesta y bulliciosa- multitud se fue arremolinando en torno nuestro. Un error se sucedía a otro a medida que mis títulos de valor se amontonaban sobre el terciopelo oscuro de su funda, arrancando comentarios soterrados de los curiosos y lágrimas de sudor de su frente.

Finalmente, el terror venció a la prudencia y preguntó titubeante:

Señor, ¿qué queréis de mí?


Cinco mil años en el Infierno no le restaban la gracia al empleo. Pensé en la gratificación que le pediría a su merced la duquesa por atraer al depositario de sus favores, y no pude evitar hacer cálculos...

3 comentarios

Bito -

Vaya... queda claro que nada es altruista, y menos lo que mueve billetes.

on -

No, embelleciendo el lienzo con un toque de verde.

herel222 -

¿Ensuciando el arte con dinero?