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tourette

el retorno del guerrero

Al amanecer tornará el guerrero

Portando bajo el brazo su yelmo de oro

 

El descenso estaba siendo suave, así que, al parecer, finalmente ninguna de las placas había fallado, lo cual tampoco suponía un gran alivio dadas las circunstancias.

Ya desde antes de abandonar la órbita terrestre, las noticias que le pasaban desde el Centro de Control eran contradictorias, señal inequívoca de que no le estaban contando toda la verdad. Al principio tampoco desconfió demasiado: al fin y al cabo, era una norma no escrita del Programa que la tripulación contara exclusivamente con aquella información que pudiera serle de ayuda allá arriba. Más de uno no se había enterado del fallecimiento de un ser querido hasta pisar tierra días después.

Para sorpresa de cualquier observador externo, el hecho despertaba pocas protestas entre los afectados. En realidad, nadie en la Agencia ponía en duda que la misión siempre era lo primero, y este era el comportamiento que se esperaba de cualquier astronauta.

El grado de identificación con el proyecto entre la plantilla era algo que sorprendía a todos los que se incorporaban al Programa, pero muy especialmente a los que llegaban desde el ejército, que observaban atónitos como una pequeña tropa de ingenieros, mecánicos, informáticos, pilotos... en su mayoría civiles, tenía mayor disciplina de la que hubiera podido demostrar un comando bien entrenado.

Era un motivo de orgullo para todos los participantes, pero muy especialmente para los tripulantes del transbordador. Aunque los tiempos de la recepción presidencial y el desfile por la Quinta Avenida habían quedado enterrados entre las cenizas de la Guerra Fría, los astronautas seguían siendo héroes. Ese era el motivo por el que, una vez desechadas la fama y la posibilidad de pasar a la posteridad, seguían quedando cada año cientos de aspirantes a entrar en el Programa Espacial.

El comandante de su primera misión, uno de los pioneros de la vieja escuela, lo definía como "la llamada de la gloria". Hablaba de la inmensa sensación de poder que se sentía al contemplar el planeta desde el espacio: el mismo impulso terrible que inflamó a Washington, a Colón, a Bonaparte, a César, a Alejandro...

 

Pero el capitán Morgan jamás había sentido aquel aguijón clavarse en su pecho. Se había limitado siempre a hacer lo que se esperaba de él: triunfar. El primero de la clase, el primero de su promoción, héroe de guerra, piloto condecorado... Todo ello lo había ido ejecutando desapasionadamente, como quien sigue una rutina aburrida y minuciosamente planificada.

Cuantos habían trabajado con él destacaban su extrema humildad. No en vano, había sido educado con rigor en una exigente ética del trabajo. Ser tan bueno como pudiera llegar a ser no era para Daniel Morgan un motivo de alegría, sino el cumplimiento de una obligación categórica. Ni siquiera pretendía entrar en el Programa Espacial, y sólo se lo planteó al ver que realmente tenía posibilidades.

Así las cosas, no era de extrañar que hubiera llegado a ser el comandante más joven al mando de una misión espacial.

apolo 11

 

(continuará...)

1 comentario

Txiki -

Me gusta este rincón. Me siento como si me metiera a solas en tu cuarto, abriera el libro de tu mesita de noche y leyera la pagina que tu dejaste a medias anoche. Un beso!