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tourette

Cuando sonrío apretando los dientes como un perro...

lunes, diciembre 26, 2005

He pasado un par de días en el barrio en el que crecí. Es normal que la gente en estas fechas vaya a ver a la familia y tal, pero la única familia que tengo allí es mi madre, y ya iba siendo hora de hacerle una visita a la pobre mujer. La fecha era lo de menos. Además, echaba de menos a muchos colegas.

Así que allí me planté el sábado. El viaje en autobús fue relativamente rápido, aunque se me hizo eterno pensando en mis movidas.

Cuando llegué, lo primero que me sorprendió es que hacía un frío del carajo. Estaba perdiendo la costumbre de ese frío que te paraliza y te agarrota todos los músculos. Sobre todo, se nota en la nuca. Es el invierno, que te pisa los talones.

Es bonito caminar por la calle en días así, cuando no ha nevado pero todo está cubierto de escarcha y te sientes como si entraras en un mundo de cristal gélido. Caminaba deprisa, comprobando aliviado que mis botas nuevas no resbalan facilmente, y expulsando bocanadas de vaho a cada paso. Una gozada, vamos.

Además de ver a mi vieja, estuve con colegas a los que hacía tiempo que no veía. Por la noche nos llegamos a juntar más de diez en un momento en el mismo bar (hay colegueo con la camarera, además de que la llenamos el garito, jeje).

Hoy me he levantado pronto expresamente para poder darme una vuelta. Tenía ganas de deambular un rato por ahí, llevo un tiempo en plan nostálgico.

Paseé por el barrio, llegué a la estación de tren, pasé por la calle de detrás por la que tantas noches he tenido que correr, crucé las ruinas de la casa abandonada en la que me colé una noche para pintar, bajé por la cuesta del instituto del que me expulsaron y que luego abandoné, me crucé con aquella chica tan guapa del instituto de la que debería haberme enamorado y no lo hice, y así llegué a lo que era una explanada en la que hacíamos botellones, y seguí caminando hasta el polígono industrial.

A esas horas había mucha bulla, pero cuando yo lo cruzaba para ir a mi segundo instituto, estaba prácticamente vacío, y cada mañana sólo me acompañaba una manada de perros abandonados, que se cruzaban en mi camino una y otra vez, y me seguían de lejos, espiándome.

He dado muchas vueltas, y me pareció volver a verme en aquellos años en los que me pasaba el día pateándome la calle, flaco, vestido con aquella chupa negra que me compré porque no me llegaba para una de cuero, con un cigarro colgando siempre de la boca, caminando deprisa y con los puños cerrados en los bolsillos.

Quizá, si alguien me veía caminar desde el final de la calle, yo también le parecía un perro abandonado.

Pero hoy he vuelto lamiéndome las heridas, contento de haber estado con mi manada.

Looked in the mirror, saw I was wrong,
If I could get back to where I belong, where I belong.


Something Must Break, - Joy Division

posted by On @ 10:40 PM
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Alex said...

Estas navidades de regalo una bufanda para que ya nunca mas tengas frio en la nuca ;-)
mar dic 27, 11:20:27 AM 2005

la culpa se llama frontera

Estaba comiendo, y ha llegado otra barca llena de náufragos a Canarias. Con dos cadáveres a bordo. A otros dos, ya los habían echado al mar. Llevaban sin comida más de diez días, y una semana sin agua.

Esas cuatro personas fallecieron, según la chavala de las noticias, por culpa del calor y del frío. Por culpa de la falta de agua. Por intoxicación con el gasoil.

Y una mierda.

La culpa se llama frontera y la pagamos todos.

Dejando las cosas claras antes de empezar

viernes, diciembre 23, 2005

Me reservo el derecho a publicar cuándo y cómo me salga de los cojones.

Lo escribo para no sentirme culpable cuando abandone este blog como quien tira una colilla (abandonar cosas o personas es una de mis "aficiones").

Escuchando: The Ace Of Spades, - Motörhead



posted by On @ 12:26 PM
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podría ser peor

Sandra me ha dejado.

Nunca entendí cómo una chica como ella podía fijarse en mí, ni tampoco dí crédito cuando, tras aquella comida de empresa, acodados en la barra del bar del hotel, me dijo con media sonrisa que había cortado con su novio.
Como en un sueño, no me lo terminaba de creer, pero lo disfrutaba.

A la mañana siguiente, al recorrer su espalda con la mirada, lo achaqué todo al alcohol. Con su melena rubia deslizándose por mi almohada, parecía un ángel, que se marcharía volando de mi vida al recobrar las alas.
Pero no lo hizo, ni aquella mañana, cuando compartimos entre risas el poco café que quedaba en mi cocina de soltero, ni durante los cuatro años siguientes, cuando llovía en el cielo y las lágrimas brotaban de sus ojos verdes, ni cuando sus tiernos labios susurraban promesas que ahora rompía.


Hey, socio, ¿va bien?

Levanté la cabeza y ahí estaba Jorge, apoyando su mano en mi hombro, con su antebrazo tatuado con números romanos.

Sí, estoy... Nada, sólo dándole vueltas... problemas con la casa, ya sabes.

Claro, nos pasa a los mejores. Oye, me he enterado de lo de Sandra. Sé que no querrás hablar de ello ahora, pero si hay algo que...

Ya, vale. Lo sé, tío, gracias.

Apoyé mi mano sobre la suya, intentando esbozar una sonrisa. Al fin y al cabo, tampoco le había mentido: tenía problemas con la casa. O mejor dicho, el que tenía problemas con la casa ahora era el banco: y yo llevaba meses con problemas para pagar la hipoteca.

Para colmo, esta mañana se me había jodido el vaso expansor del coche... ¿¿pero cómo cojones se puede romper eso??

Mientras hacía cuentas sumando radiador, manguitos y lo del retrovisor a principios de año, sonó la sirena.

Todos los chicos cogieron las cosas y salieron corriendo hacia los camiones. A mitad de camino, Jorge me detuvo cogiéndome del brazo.

Tío, Paseo de los Nogales 12... es tu casa, ¿no?

El gas. El gas, y la puta madre que le parió. Miré hacia el cielo y me dí cuenta de que hoy iba a ser un día muy largo.

Bonitas fechas para pensar en lo poco que me gusta el verano

viernes, diciembre 23, 2005

¿No es magnífico salir a la calle cuando llueve en verano?
La verdad es que detesto el calor, y por eso el verano es una estación que me jode de mala manera. Bueno, y también porque parece que repartan licencias para ser hortera.

Pero hay una cosa que echo de menos por estas fechas, y es pasear y que de repente estalle la típica tormenta estival.

Imagináos, todos lo hemos vivido innumerables veces: el aire está tenso; tanto, que podrías golpearlo y hacerlo sonar. El cielo tiene el color de una cañería de plomo mohosa y los pájaros vuelan tan bajo que a algunos les falta poco para rozarte la cara con el extremo de las alas.

Y durante un instante, parece que la realidad entera se parta en dos. Entonces empieza a llover.

Caen, gota a gota, cálidas y densas como sangre de una herida abierta, rompiéndose contra la piel como una uva madura entre los dientes, y empapándome mientras mueren resbalando cuerpo abajo.
Si alzo el rostro y miro al cielo justo en ese momento, el corazón empieza a latirme como un enorme tambor bien hondo en el pecho, retumbando fuerte bajo la garganta y en las sienes, con el agua que resbala hacia la boca sin querer.
Y quiero gritar, gritar hasta que las nubes estallen y los charcos se rajen como vidrios.
Y grito en mi cabeza, y algunas veces, cuando olvido que hay gente, fuera de ella.


Después de un rato así, mientras todos corren a mi alrededor para refugiarse del chaparrón y yo me voy quedando solo, escampa.

Me jode mucho volver a casa esquivando charcos (y eso que de crío me encantaba saltar sobre ellos).
Pero vuelvo, respirando fuerte el aire limpio, con las manos en los bolsillos, la mirada clara y una extraña sonrisa dibujándose a ratos en mi rostro.


Es lo único que echo de menos del verano.


Bienvenidos a mi blog


posted by On @ 12:18 PM
3 Comments:

Portman said...

A mí también me gusta andar bajo la lluvia y notar como te va calando el pelo mientras caminas. La ciudad resulta más bonita cuando llueve, como si se limpiáse de toda la mierda que suele vagabundear por ella. Me dan ganas de tener una gabardina y ponerme a fumar (y eso que no fumo)

A ver si de vez en cuando escribes nene, que mostrarnos un poco de tu mundo es bonito.

Me siento bienvenido a tu blog ;) XDD

sigue escribiendo cowboy del espacio
dom dic 25, 06:32:22 PM 2005

On said...

Ahora con la lluvia ácida puede ser un pasatiempo peligroso, ten cuidado.
mar dic 27, 01:22:33 AM 2005

Alex said...

Oeoeoeoeoeo!!!!
Que bien escribes On! Hay algo que hagas mal?
Un saludo tio!
mar dic 27, 11:16:58 AM 2005

de putas

El motor todavía estaba caliente, transformando en vapor las gotas de lluvia gruesas como uvas que caían sobre él, y derramando un arcoiris de aceite en los charcos. Al menos, eso era todo lo que se podía reconocer bajo las tripas del camión.

Los rotatorios azules hacían resplandecer pequeñas estrellas en el asfalto, y algo empezaba a picarme bajo el alzacuellos.


¡Pero hombre, padre! ¿A dónde iba a estas horas, con este tiempo?

Pues de putas, hijo mío, ¿a dónde iba a ir?

Vale que me pasé un poco, pero el que empezó cagándose en mi jefe fue él.

vírgen de los sicarios

Bajó la visera del casco, y no lo hizo por miedo al asfalto. Al asfalto no podía tenerle miedo. El asfalto era justo: él estaba abajo, y no se movería, y tan sólo dependía de ella no caerse y arrasarse la piel. Al contrario que con las personas que la habían rodeado desde que era niña.

Pero nada de eso importaba ahora, y si se bajaba la visera del casco no era para protegerse, sino para ocultar su rostro de miradas indiscretas. Siempre había algún idiota mirando.
Seguro que durante la creación del mundo, ya había algún tonto parado sin hacer nada, pero mirando.

Palpó el símbolo del santo bajo su camiseta, comprobó el bulto aprisionado por el cinturón a su espalda, y se abrazó a la cintura del motorista. Ver el todoterreno aparecer al fondo de la calle, una señal imperceptible y el estallido del motor bajo sus cuerpos delgados.
Enseguida, la moto se puso a la altura de la ventanilla del acompañante, ella sacó el arma y la detonación atravesó cristales, una cara de estupor y mucha sangre.

Un tremendo acelerón, y la deliciosa sensación de vértigo invadía su cuerpo. El aire fresco de la barriada acariciaba la mano en la que todavía sostenía la pistola.

Se había hecho daño en un hombro, y la mano le olería a pólvora un par de días. Pero, bueno -pensó-, es mejor que fregar pisos.

a septiembre vas

Las expresiones más sinceras, en cualquier idioma, son las que no se pueden traducir literalmente. Incluso esa lengua bárbara que hablan los perros sajones (algunos la llaman inglés) abunda en ellas.

Una de las más curiosas en nuestra lengua es la de "hacer un exámen de conciencia".

Bien, pues últimamente hago exámenes de conciencia, y los estoy suspendiendo todos.

A septiembre voy.

mala la hubisteis franceses...

mala la hubisteis franceses...

El domingo me voy a París, y quizá te traiga algo, ¿qué te gustaría que te trajera?

La cabeza de un francés clavada en una estaca estaría bien...


Hay que joderse qué cosas se me ocurre pedir, espero que no paren a la chica en la aduana...

enragés sacrifican títeres a Palas

Primero cesaban los gritos, luego el murmullo, después surgía un silbido seco y sedoso, y de pronto un ruido que no admitía comparación. Bueno, sí: cuando se corta la cabeza de un pollo en una tabla de madera.
Y entonces llegaban de nuevo los gritos, los aplausos, los vítores y los desmayos, los vivas guturales a la República ante los ojos abiertos como platos de la cabeza que, todavía consciente, se balanceaba en el cesto. Hacía un sonido curioso al caer, como darle una palmada a un melón.

Otro más que permite que la patria se interponga entre su cuello y su cabeza.

Louvet suspiró, y se estiró contra la pared hasta que sus antebrazos asomaron al sol entre las rejas de su celda. Se suponía que le quedaba una semana, pero al ritmo que llevaba la máquina siniestra empezaba a dudar de que consiguiera ver más de un día.

Abajo, en la plaza, el populacho, inflamado por la tricolor, la sangre y el vino, clamaba por más ejecuciones, mientras los verdugos se afanaban por despejar el estrado a falta de cestos.

Entre tanto, unos bufones se dedicaban a la profanación más repugnante: habían atado las muñecas y los tobillos de varios cadáveres, y de tal modo desde lo alto del palco los manejaban como si fueran títeres decapitados, mientras abajo la plebe reía cada chanza de este teatro horrible.

Louvet se sentó presa de un mareo cuando por fin avistó ésto. Enjuagó el sudor frío que perlaba su frente con lo que quedaba de la manga de su camisa, y dirigió una mirada perdida al techo de la estancia.

Honran a la Diosa Razón con un sacrificio de marionetas - pensó.

Y a solas en su celda, Louvet lloró.

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Parte de un juego propuesto por Bito.

Doce añitos pasan volando

Como dijo Nacho Vidal (riéndose, por cierto), las comparaciones son odiosas.
Y yo acabo de hacer una especialmente repugnante.

Los pilotos de Iberia ganan en un mes lo que yo en un año.

Vale que eso ya lo tenemos todos asumido, y que no todos los pilotos ganan eso (ni siquiera los de Iberia, que si acaban de empezar ganan bastante menos), y que no necesito (nadie necesita) tanto dinero.
De acuerdo, dicho así no termina de escocer. Pero lo puedes plantear de otra forma:

Con lo que gana un piloto de Iberia en un año, yo podría pasarme doce años sin trabajar.

Así que, aunque debo de ser el único españolito de a pie que apoya las huelgas del SEPLA (total, sólo reivindican... todo), me quedo con esa espinita clavada.

Pilotos, me debéis una década (y pico).

el retorno del guerrero II

Hacía más de tres horas que no recibían noticias del Centro de Control. La piloto, Abigail Adams, se mostraba inquieta. Era la primera vez que se veía forzada a aterrizar sin contar con toda la información de Control actualizada, así que tenía que confiar en que todos los datos hubieran sufrido sólo pequeñas variaciones.

En la parte posterior, el tripulante que los rusos habían aportado a la misión, teniente Victor Serge, se afanaba en intentar recuperar las comunicaciones sin éxito.

Pero Morgan no estaba preocupado. Al fín y al cabo, Abby acumulaba casi tres mil horas de vuelo, así que no merecía la pena ponerse nervioso. Si era posible aterrizar, ella podía hacerlo.
En cuanto a Serge, era hiperactivo, y más valía tenerle entretenido en algo que (a estas alturas ninguno lo dudaba) era imposible conseguir, que soportarle dando vueltas por el orbitador.


Ya unos días antes del despegue había tenido la sensación de que algo no marchaba del todo bien en el planeta, con todo lo de Corea y ese tipo del Departamento de Estado cada dos por tres en la televisión.


Lo cierto es que los días antes de despegar, la realidad inmediata parece sólo una alucinación vaga que te rodea. Algunos tripulantes habían firmado cosas en ese estado casi enajenado, para descubrir horrorizados las consecuencias una vez vueltos a la tierra: divorcios, seguros dentales...

En el Programa nadie lo ignoraba, así que se seguía el mismo protocolo que los médicos utilizaban con los sedados con ketamina: nada de estímulos externos, especialmente familiares, política, deportes...

Además, a ninguno de los tripulantes les interesaban mucho las noticias. Abby venía de una familia libertariana de derechas... no es que se fuera a echar al monte con un fusil y latas de comida, pero bueno, tampoco se podía hablar con ella de ciertos temas.

En cuanto a Victor Serge, toda la discusión para el giraba en torno a que "todos los políticos son unos...". El resto de la frase, según él, no tenía traducción fuera del ruso.


Ya habían reentrado en la atmósfera, y todo había salido a la perfección. Morgan estaba repasando los distintos indicadores de temperatura, cuando Serge anunció que lo había logrado y las comunicaciones estaban restablecidas.

Al otro lado, el controlador siempre se dirigía a Morgan como "Señor". Militar. Algo no iba bien.


Siguiendo las instrucciones, Abby situó la nave en la pista, y suavemente tomaron tierra.

(continuará...)

estamos juntos en ésto

Recordé que habíamos llegado a la calle juntos, cogidos de la mano, para luego, una vez dentro, comportarnos como perfectos extraños.

Igual que cuando acabábamos de conocernos, y en su casa yo sólo era un compañero de clase que iba a buscarla, aunque yo había ido a un instituto distinto al que enviaba sus cientos de faltas de asistencia, y aunque en el parque nos buscábamos con la boca y con las manos el tiempo suficiente para olvidar cómo ella robaba y mentía a sus padres y yo dejaba de ser un buen cliente para convertirme en un mal socio de mi camello.

- Estamos juntos en ésto - me susurró un día con la mirada encendida.

- Hasta el final - contesté yo.

 

Sabía fingir muy bien que me ignoraba, y estaba acostumbrada a volverme loco haciéndolo, pero esta vez había un patrón nervioso en su forma de mirar en cualquier dirección menos en la mía, como si mi figura la quemara en la retina.

Tuve ganas de abrazarla. De decirle que todo pasaría, que encontraríamos la manera de escapar. Que cuando terminaramos con esto seríamos mucho mejores.

Pero no tenía fuerzas para creérmelo. Al fin y al cabo, todo había sido idea suya. Además, ahora no hubiera podido hacerlo. No sin joder el plan.

 

A la de una.

A la de dos.

A la mierda.

 

- ¡A ver, todo el mundo tranquilo y ésto será rápido! - exclama mientras saca la pistola.

 

Mientras repito a la cajera que mire hacia abajo, algo me dice que todo saldrá mal, y que esta vez ni siquiera ella podrá ignorar las consecuencias.

La miro, y está soplándose el flequillo de la cara. Sonríe, sonrío, y puede que ahora todo se esté yendo a tomar por culo de verdad, pero podría ser peor.

Podríamos estar solos, pero estamos juntos en ésto.

Hasta el final.

el retorno del guerrero

Al amanecer tornará el guerrero

Portando bajo el brazo su yelmo de oro

 

El descenso estaba siendo suave, así que, al parecer, finalmente ninguna de las placas había fallado, lo cual tampoco suponía un gran alivio dadas las circunstancias.

Ya desde antes de abandonar la órbita terrestre, las noticias que le pasaban desde el Centro de Control eran contradictorias, señal inequívoca de que no le estaban contando toda la verdad. Al principio tampoco desconfió demasiado: al fin y al cabo, era una norma no escrita del Programa que la tripulación contara exclusivamente con aquella información que pudiera serle de ayuda allá arriba. Más de uno no se había enterado del fallecimiento de un ser querido hasta pisar tierra días después.

Para sorpresa de cualquier observador externo, el hecho despertaba pocas protestas entre los afectados. En realidad, nadie en la Agencia ponía en duda que la misión siempre era lo primero, y este era el comportamiento que se esperaba de cualquier astronauta.

El grado de identificación con el proyecto entre la plantilla era algo que sorprendía a todos los que se incorporaban al Programa, pero muy especialmente a los que llegaban desde el ejército, que observaban atónitos como una pequeña tropa de ingenieros, mecánicos, informáticos, pilotos... en su mayoría civiles, tenía mayor disciplina de la que hubiera podido demostrar un comando bien entrenado.

Era un motivo de orgullo para todos los participantes, pero muy especialmente para los tripulantes del transbordador. Aunque los tiempos de la recepción presidencial y el desfile por la Quinta Avenida habían quedado enterrados entre las cenizas de la Guerra Fría, los astronautas seguían siendo héroes. Ese era el motivo por el que, una vez desechadas la fama y la posibilidad de pasar a la posteridad, seguían quedando cada año cientos de aspirantes a entrar en el Programa Espacial.

El comandante de su primera misión, uno de los pioneros de la vieja escuela, lo definía como "la llamada de la gloria". Hablaba de la inmensa sensación de poder que se sentía al contemplar el planeta desde el espacio: el mismo impulso terrible que inflamó a Washington, a Colón, a Bonaparte, a César, a Alejandro...

 

Pero el capitán Morgan jamás había sentido aquel aguijón clavarse en su pecho. Se había limitado siempre a hacer lo que se esperaba de él: triunfar. El primero de la clase, el primero de su promoción, héroe de guerra, piloto condecorado... Todo ello lo había ido ejecutando desapasionadamente, como quien sigue una rutina aburrida y minuciosamente planificada.

Cuantos habían trabajado con él destacaban su extrema humildad. No en vano, había sido educado con rigor en una exigente ética del trabajo. Ser tan bueno como pudiera llegar a ser no era para Daniel Morgan un motivo de alegría, sino el cumplimiento de una obligación categórica. Ni siquiera pretendía entrar en el Programa Espacial, y sólo se lo planteó al ver que realmente tenía posibilidades.

Así las cosas, no era de extrañar que hubiera llegado a ser el comandante más joven al mando de una misión espacial.

apolo 11

 

(continuará...)

residuos

Cuando la gente se va a dormir, nosotros salimos. Es algo desagradable vivir al revés que todo el mundo, pero resulta necesario para nuestro trabajo.

Curdt y Charlene me estaban esperando en el portal. Charlenne era la nueva, y la única chica que había visto que le quedara bien el uniforme.

Pantalones militares, jersey con protecciones en los hombros y botas lisas, todo ello de riguroso negro. Cualquiera diría que fuéramos ladrones, pero desde hace unas décadas eso era difícil.

Con nosotros en circulación, ¿quién se atrevería a robar? Como me dijo una vez Eddie, nuestro Supervisor:

- Sea lo que sea, recuerda que algún día lo acabarás tirando.

 

Y entonces nosotros estaremos allí. Eso no lo decía Eddie, pero como le pagan para asegurarse de que lo hagamos estoy convencido de que al menos lo piensa.

 

 

- Eh, Baudelaire, ¿en qué piensas?

La que me preguntaba ahora era Charlene, al verme ensimismado mirando por la ventanilla del pequeño turismo camuflado. Siempre hacía lo mismo: cuando alguien parecía perdido en sus pensamientos  ("durmiéndose al volante" diría ella)  siempre le interrumpía. Lo que inevitablemente la llevaba a hacerme a mí este tipo de preguntas de vez en cuando.

Lo cual no implica que albergara otro tipo de interés: a las pocas semanas de su incorporación todos nos enteramos de que tenía novio. Así que no confundáis sus atenciones centradas en mí. Yo lo hice, y gracias a este pequeño desliz todos supimos que ella tenía novio.

 

Lo de Baudeleire es un apodo que tengo en el trabajo, desde antes de que ella apareciera. Una vez se me ocurrió aparecer por el laboratorio con la que en aquel momento era mi lectura bajo el brazo. Los paraisos artificiales, de C. Baudelaire. La idea de que leyera a poetas franceses hizo desternillarse a más de uno. De hecho, cuanto más insistía yo en que aquello no era poesía sino un tratado en prosa, más se reían los compañeros.

Eddie no dejó de recordarme que desechar aquel tipo de material podría traerme problemas. Yo también sabía de sobra que encontrar ese tipo de publicación en la basura de algún palurdo podía suponer abrir un 754 (abuso de sustancias) en aquel cuadrante. Pero bueno, como también me enseñó Eddie: si no lo ha tirado todavía está a tiempo de arrepentirse...

Además, los basureros tenemos nuestros propios métodos para deshacernos de nuestra mierda. Es cosa de cortesía no echarle un vistazo al incinerador iónico cuando un compañero lo está utilizando. Al fin y al cabo, la intimidad es algo importante.

 

 

 

charles baudelaire

 

 

 

Pero volvamos a la realidad, a nuestro coche durante aquel turno, por un momento. ¿En qué pensaba?

 

- En nada. No sé, en nada, supongo...

 

- Bravo, genio - Charlene rió con ganas - . Eres el tercio intelectual de nuestra cuadrilla.

 

Curdt detuvo el coche despacio, y entonces todos nos callamos. Habíamos llegado a nuestro cuadrante para aquella noche, y esas eran las normas. Todo lo que necesitaramos decir, ya tenía que estar dicho.

 

(continuará...)

Propagando

Blogia pone publicidad en el blog a través de los métodos inquietantes de Google ads... y los dos primeros que salen aquí son de clínicas mentales.

 

Así que, estimados lectores, comercialmente estáis todos locos. 

Los rusos

Arrodillado sobre la cama, apoyaba los codos en la ventana y sostenía la mandíbula en las manos. Aquella mañana el cielo era tan profundo que se podría haber nadado en él, y contrastaba con los tejados oscuros de su vecindario. Los cúmulo-nimbos blancos como el algodón terminaban de dotar al paisaje de la idealidad de los folletos inmobiliarios destinados a la clase media.

El chico, sin embargo, ya estaba despierto, vestido todavía con el pijama de Mickey Mouse que la abuela le regaló por Navidad. Ignorando el valor hipotecario que pudiera tener la muerte de sus padres, miraba al cielo ensimismado. Todos los domingos madrugaba.

 

Todos los sábados, mamá lloraba, y papá volvía gritando, o no volvía, y esa era la razón por la que el chico se acostaba tan temprano. En contraste, el domingo a las siete de la mañana la casa estaba muy tranquila.

 

Papá tenía un trabajo muy importante para el Gobierno, y el domingo se despertaba tarde para tomar café solo con dos cucharadas de azucar y leer un periódico grueso con titulares enormes que hablaban de Rusia. Papá llevaba corbata, y cuando se gritaban, mamá decía que él y sus compañeros acabarían destruyendo el mundo.

 

Mamá limpiaba mucho y apenas hablaba. Mamá tomaba medicinas de ese armario que el chico no debía tocar ni hablar de él a papá, y cada lunes, después de que papá se marchara al trabajo, acudía con sus amigas a la peluquería aunque siempre se peinaba mucho antes de salir. Siempre decía que todo había cambiado porque papá tenía mucha presión en el trabajo.

 

Muchos compañeros de trabajo de papá eran los papás de sus amigos. El año pasado, el papá de Rob Banowicz se salió de la carretera con el coche y se mató. Esa noche, mamá le chilló algo a papá, y papá la pegó una bofetada.

 

 

Cuando el teléfono del dormitorio de sus padres quebró el silencio matutino el chico ya sabía lo que estaba ocurriendo, antes de que su padre descolgara el auricular con un gruñido y de que todo se convitiera en gritos y carreras apresuradas.

Porque unos minutos antes, antes incluso de que un único disparo de escopeta tronara desde la casa de los Cooper, el chico ya había visto las estelas blanquecinas que surcaban verticalmente la cúpula celeste, y abriendo mucho la boca había exclamado:

 

- Vienen los rusos.

Una última explicación

No me gusta mucho explicar las cosas. Tampoco reacciono bien cuando me las explican, incluso aunque no las comprenda, razón por la cual siempre he sido un pésimo alumno. Es de esos defectos que no quiero molestarme en eliminar.

 

Por eso escribo estas palabras al comenzar el blog: serán las últimas explicaciones que se puedan encontrar en él hasta que lo termine.

 

No me hago en absoluto responsable de lo que nadie pueda leer aquí. No tengo más remedio que hacerme responsable de lo que escribo, pero creo que eso queda lamentablemente más allá del alcance del lector.

Al fin y al cabo, Blogia tampoco asumirá las consecuencias de lo que yo teclee por aquí, así que no vería justo comerme la cabeza con lo que lea quien entre a esta bitácora. Y no lo haré.

 

Por lo demás, explicar que todo esto viene de otro blog que, creado bajo unos criterios y una visión similares, dejé de publicar (y a su vez viene de otro que creo que no llegó a leer nadie y también finiquité malamente).

Y dicho sea de paso, probablemente lo borre pronto. Para quien sienta curiosidad: una extraña sonrisa.

 

 

Eso es todo.

 

Desocupado lector: aquí empieza...